Cariño… ¿CÓMO EDUCAMOS AL NIÑO?
Cómo educar a nuestro hijo/a
Algunas de las frases oídas en consulta, emitidas por los progenitores de niños y niñas y que se repiten casi sistemáticamente:
“es un desobediente”
“no entiendo porque se porta así, si lo tiene tan fácil para portarse bien”
“no puedo con él”
“no estoy preparado para esto”
“nadie nos enseñó que podía pasar esto, ¿lo estamos haciendo bien?
Todas ellas denotan la impotencia y el miedo que nos produce el tener que enfrentarnos a la educación (no a los contenidos académicos que para eso están las escuelas) de nuestros hijos, y describen la sensación de fracaso que algunos padres experimentan cuando no consiguen que sus hijos regulen y ajusten su conducta con arreglo y conforme a las normas que consideramos normales en nuestra sociedad.
En algunas ocasiones oímos cosas como; “¿es que tiene un trastorno?”, “parece como si estuviese poseído”, “me han dicho que va a ser hiperactivo”, lo que denota una intensa necesidad de explicar las causas de lo que ocurre dentro del propio niño y limita la predisposición que tenemos los adultos a hacer cambios.
Siguiendo a los teóricos de la personalidad y el desarrollo podemos describir la mayor parte de los problemas de conducta en los niños como causados por cuatro factores:
Los estilos de crianza
Los factores del propio niño (patologías)
Los factores de los padres (patologías)
El entorno (referido al entorno social, económico e incluso político)
De los cuatro el que más peso tendría serían los estilos de crianza que sin menoscabo de los otros, son los que podemos modificar y adaptar. De forma pedagógica y muy resumida podemos decir que serían:
1. Estilos autoritarios: Impone, exige, no tolera el error, genera miedo en el niño e impide su autonomía, suele generar aislamiento y problemas de autoestima en el niño.
2. Estilos permisivos: Identificado con la sobreprotección, los padres identifican las necesidades del niño antes de que las verbalice y éste se acostumbra desde las primeras interacciones a tenerlo todo y tenerlo sin esperas, limita la autonomía del niño que se vuelve dependiente exigente y altamente disruptivo.
3. Estilos ambivalentes: Sin normas ni reglas fijas, dependen de factores que el niño no maneja ni puede controlar, no se responde siempre a sus necesidades y cuando se responde puede muy bien no hacerse teniendo en cuenta la demanda del niño. Estos entornos familiares suelen ser altamente dañinos para el niño.
4. Estilos equilibrados: Dialogantes pero sin permitir en exceso, negociadores, permiten que el niño actúe en función de sus capacidades y le animan a ello. Responden a las necesidades del niño generando un ambiente de confianza y de experiencias positivas.
De estos cuatro, aquel más común y presente en las familias que nos consultan porque el niño se porta mal, es el llamado permisivo o sobreprotector.
Algunos factores que pueden hacernos caer en la sobreprotección:
Nuestras propias experiencias como hijos, sobre todo si tuvimos algunas carencias (abandono, crianza fuera del ambiente familiar).
Patologías del niño, esperábamos un niño perfecto pero no siempre es así algunos niños nos necesitan más de lo que creíamos antes del nacimiento.
Situaciones ambientales recientes de privación (el llamado estrés económico), separación, violencia familiar, abusos sexuales, etc.
Sentimientos de culpa, por el hecho de no pasar con nuestros hijos todo el tiempo que nos gustaría, en consecuencia cuando estamos con ellos, no somos sus padres sino sus amigos y les damos todo lo que nos piden.
En casi todos los casos en los que nos encontramos con niños que se portan mal, que desobedecen, o que no hacen caso, se da una característica común:
La ausencia de normas, límites y consecuencias. Son niños a los que nunca se les dice que “no” a nada.
Los niños son capaces de detener su conducta si se lo pedimos a los 9 meses y son capaces de comprender el significado y el sentido de la negativa hacia los 14 meses. Son capaces de comprender el sentido general de la conversación de los adultos y obedecer instrucciones a los 18 meses, pero sus padres a veces no les dejan.
Las normas o límites sirven para decirle a nuestro hijo lo que está bien y lo que no, y por tanto sirven para que el niño sepa lo que se espera de él en cada momento.
Deben ser formuladas de manera general y despersonalizada. Veamos la diferencia:
MAL: “Tienes que comerte el pollo porque lo digo yo, si no, no te dejaré ver la TV”
BIEN: “Los niños que no terminan su cena no pueden ver la TV, si no te acabas el pollo no podrás verla”
Deben ser:
Pocas. Los niños deben explorar, deben sentir que tienen cierta libertad de movimiento, si tienen demasiadas limitaciones caeremos en un estilo autoritario.
Claras. Formuladas de forma que el niño pueda comprenderlas
Firmes. No deben depender del estado de ánimo de los padres y deben por tanto ser cumplidas siempre.
Compartidas. Todos los miembros de la unidad familiar deben saber lo que permitimos y no que no permitimos a los niños.
Los padres deben hablar entre ellos y definir que gana su hijo si cumple con las normas y se “porta bien” y que pierde cuando se “porta mal”, les recomendamos tener por escrito previamente un listado de premios y retiradas
A veces encontramos familias que no saben que premios pueden dar a sus hijos,…porque ya lo tienen todo, no parece haber nada que les motive, si ese es su caso, deben empezar a asociar el disfrute de los privilegios con la buena conducta de los niños, “si te tomas todo el pescado después podrás ver la TV, si no, no podrás”.
No deben confundir la retirada de privilegios con un castigo, para ello deben ser capaces de transmitir a sus hijos que son ellos con su comportamiento los que tienen el control de la situación y que sus padres no son sus amigos, son sus padres y ejercen su responsabilidad.
“Los niños no son ni buenos ni malos,…, son simplemente niños”.
Para profundizar en el concepto de paternidad positiva:
“Padres e hijos, mejorar los hábitos y las relaciones” Martin Herbert. Colección Ojos Solares. Pirámide. 2002.
Jorge Bueno Gil Psicólogo